Oh, mi Principe Azul, robaste mi corazón por un
trono colmado en calumnias. Sedujiste mi idea del amor, la encarcelaste entre tus largas uñas de lobo y
la devoraste como a una de tus concubinas.
Oh, monstruo sin corazón. El espacio de tu pecho está
vacío. Tu estomago, está sembrado de sentimientos ilusos, robados de las
criaturas más puras.
Tus besos conmigo, los bailes
eternos a los que la luna parecía hacer que nos sometiéramos, no fueron más que
una encrucijada de espadas. Una pelea constante, en la que tus destrezas
perversas lograron vencer.
Me susurrabas al oído cuentos de hadas con desenlaces de felicidad eterna. Y embelesada por lo maravilloso de tu
voz y tu aliento, no logré divisar tus caninos ponzoñosos.
Yo sabía que aquel brillo en tus
ojos y aquella sonrisa idílica, eran
demasiado poéticos para ser ciertos. Pero ignoré mi mente e hice caso a mi
corazón que ya era tuyo…
El día en que me revelaste tus verdaderas intenciones, ni si quiera me
importó. Cuando tu mano irrumpió en mi pecho y dejó de lado el resto de los
órganos para alcanzar mi corazón, yo no jadeé de dolor, sino de pasión. Me
enamoré más, si era posible.
Y de un casto beso en mis labios me despediste antes de separar mi órgano central de mi cuerpo, y engullirlo...