Los acordes chillaban de dolor.
El guitarrista tocaba su instrumento con la facilidad con la que cualquier
persona parpadeaba. Sus movimientos eran placenteros y fluidos. El vocalista a su lado, parecía volverse loco
tratando de devorar el micrófono con su profunda voz. Cada nota entonada
competía con el ronroneo de la pantera más fiera.
Las víctimas de los músicos se habían dejado someter, y bailaban sumisas
al son de sus rugidos burbujeantes.
No reinaba otro deseo en el
ambiente más que el de perder la cordura. Cosa que parecía ir sobre
ruedas. Sus estatus de humanos, habían
sido ocultados por una cortina de aspecto animal. Y al cielo solo aullaban
bestias ahora.