Con pasos más torpes que los de una sirena sobre tierra firme, la figura encorvada avanzó lastimeramente por las calles silenciosas y oscuras de Madrid. Las colillas en el suelo la hicieron tropezar, por lo que tuvo que aferrarse a un fétido contenedor para no caer sobre los adoquines sembrados de orines. Tan solo necesitaba la ayuda de una persona, una sola persona y podría continuar su camino.
Se
enroscó alrededor de su manta hecha girones con esperanza de hallar calor en
ella. El vaho surgía de entre sus finos
labios de manera entrecortada, tal como su respiración. Cuando la anciana alzó
el rostro hacia el cielo, la Luna albina iluminó sus arrugas ausentes de
experiencia. Contempló su expresión envejecida en el reflejo de una ventana
rota. Como respuesta, un gruñido de rabia surgió desde lo más profundo de su garganta.
Sus dos perlas grises carentes de pestañas, se habían desgastado hasta
asemejarse a los ojos de una rata. Sus labios, una vez rojos y
gruesos, parecían no existir ahora, todo lo que quedaba de ellos era una
abertura oscura que daba paso a una dentadura desgastada e incompleta. Y su
cuerpo…, prefería no tener que evocar la imagen de su cuerpo. Nublada por la ira, alejó su enmarañado
cabello de su rostro, y consiguió continuar su camino. ¿Cómo habían logrado
hacer de ella aquello? Con lo que
había sido; una ladrona de corazones, el terror de Afrodita…
Con
paso torpe alcanzó una placeta flanqueada por varias farolas, de las cuales tan
solo una funcionaba. La luz intermitente de esta iluminaba a un muchacho
encapuchado que se recostaba sobre la misma. Tarareaba armoniosamente, inmerso
en sus pensamientos y distraído con un Mp3.
Al
verle, la avidez se atoró en la garganta de la anciana. Tal fue su ansia por
alcanzarle que tropezó y cayó sobre el suelo. Emitió un grito quejicoso, y
cuando trató de levantarse, no lo consiguió. Había estado tan cerca de
conseguir su ayuda, ahora ni siquiera podía tenerse en pie. A la espera de la
risa burlona de la muerte, la anciana se rindió al suelo. No debió de
adelantarse a los acontecimientos, ya que cuando menos se lo esperaba, una voz
jovial le ofreció la ayuda que tanto había estado deseando.
Alzó
el rostro y ahí estaba el muchacho. Guapo, era tan guapo, sus rizos cobrizos
asomaban por la capucha como los cuernos de un caracol. Y aquellos ojos….,
parecían más puros que la albina Luna. Cuando la contempló a ella, sentimientos
contradictorios asomaron su rostro; algo
entre miedo y lástima.
La
anciana alzó una mano temblorosa y rogó por su ayuda. Tras un momento de duda,
el joven la tomó de la mano y la ayudó a levantarse con una expresión cordial.
Entonces
ella sonrió. ¡Lo había conseguido! Tenía su ayuda, tenía su… ¡Corazón!
Casi
de forma despistada, las uñas mugrientas de la anciana se hundieron en el pecho del muchacho, quién se puso rígido al
instante. De sus jóvenes labios brotó un jadeo entrecortado, y el pánico,
aunque de manera tardía, sustituyó a la incomprensión de sus ojos.
La
mano de ella hurgó entre huesos, músculos y cables hasta dar con el órgano
principal. Rodeó el corazón entre sus escuálidos dedos y apretó. Vio como el
chico se quedaba sin aliento y luchaba por evitar que su espíritu abandonara su
cuerpo. Pero ella continuó apretando hasta que las arrugas dejaron su rostro,
hasta que su cuerpo se irguió, hasta que la mirada felina regresó a sus ojos y
hasta que sus sensuales labios se llenaron de nuevo. Entonces fue una joven
muchacha quien tuvo que sujetarle a él. Apretaba con tanta decisión su corazón,
que este terminó por salirse del pecho.
Ella
se aseguró de que lo último que viera el chico antes de caer sin vida, fuera su
sonrisa satisfecha mientras sostenía el órgano todavía bombeante entre sus
elegantes dedos. Lamió la sangre que manchaba su brazo y tiró el corazón contra
los barrotes de una alcantarilla. A lo largo de su columna se deslizó un
escalofrío de placer contenido.
Apagados
los quejidos, la calle se sumió en silencio a excepción de sus jadeos
extasiados, y algo más... Un ronroneo seductor asomaba desde uno de los chismes
que el joven había estado sujetando antes de morir. La muchacha se inclinó de
manera elegante para recoger el Mp3 de las todavía cálidas manos de él. Colocó los cascos en sus oídos y al momento
de escuchar la canción, un sonido lastimero se escapó de sus labios.
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