sábado, 1 de marzo de 2014

EL SACRIFICIO DE UNA ESTELA

Podría haber sido la princesa de los cielos, venerada y envidiada por el brillo tenue de sus hermanas, y cuidada por la tez albina de su madre.

 ¿Pero qué importaba un cargo de aquel calibre cuando corría el riesgo de que su luz la cegara?

 Había oído historias, historias sobre princesas, princesas que habían sido devoradas por su propio fulgor y sometidas a la más hambrienta de las oscuridades. Por aquello mismo y por mucho más, ella no había deseado reinar sobre lo inexplorado sino explorar lo inexplorado. 

Así pues, en un acto suicida, se decantó por descender de los cielos desembarazándose de lo único que habría podido hacer de ella una princesa de la Luna: su fulgor. 

La estrella pasó a ser una estrella fugaz en un arrebato demencial. Su viaje la llevó a lo más profundo del océano y, entre el reflejo del oleaje, consiguió advertir su verdadera forma.

 De ese modo, supo que el sacrificio de su estela no había sido en vano, que la extinción de sus sueños por otro mayor había merecido sus lágrimas fosforescentes. 




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